lunes, 2 de enero de 2012

Otros días

Hoy sucedió algo extraño: luego de mucho tiempo me sentí libre. Hoy decidí olvidarme del mundo y dije una gran verdad a mis jefes: “Señores, estoy enfermo”. Dejé mi sitio vacío y mi nombre se volvió anónimo. Caminé por las apacibles calles de mi viejo barrio y sentí la brisa del mar que tan cerca de mí siempre ha estado.
Anduve sin prisas, sin premuras ni correrías. Vi el atardecer desde el malecón y la noche me refrescó con una suave garúa. Caminé por las avenidas y ni el ruido de los autos ni el bullicio de la gente me afectaron.

No sentí la agresión constante, diaria y terrible de lo que llaman mundo, ni el dolor de ver cómo las personas no se percatan de sí mismas ni de la vida que se les va, tal como a mí.

En aquellas maravillosas horas no me asaltó desazón, amargura ni angustia alguna. De pronto, en medio de tanta dicha, me detuve. Miré el oscuro cielo y la neblina que se traslucía entre brillos nocturnos. “Parece una noche de otros días” me dije.
Mañana volveré a lo de siempre.

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