viernes, 20 de enero de 2012

Cuando Chaplin hace de Holmes

De Guy Ritchie lo mejor ha sido Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000), en ese orden. Todo lo demás, de una u otra forma, es la reiteración de un estilo que, con un poco más de desenfado en algunos casos, más drama en otros o más acción en el resto es, en el fondo, lo mismo. Swept Away (2002) con Madonna ni siquiera vale la pena analizar.
En el 2009 nos regaló su Sherlock Holmes con Robert Downey Jr. (Sherlock Holmes) y Jude Law (Dr. John Watson). Debo reconocer que no entendí la elección y que incluso me pareció, puesto en el caso de tener que escoger entre ambos actores, que lo ideal era invertir los papeles: Jude Law debía ser Sherlock Holmes y Downey Jr., qué más nos quedaba, el Dr. John Watson. Ingenuidad de nuestra parte. Pues  ¿Quién mejor que Downey Jr. para representar a un egocéntrico, estrafalario, irreverente, disoluto, obsesivo, delirante y acrobático (como un buen Chaplin) Sherlock Holmes? Y todo lo anterior, sin perder la gracia ni el carisma, aun cuando la película se extienda más de lo debido y se vuelva densa entre la maraña de efectos visuales, escenarios recargados y acción sin fin.
Porque si algo padeció la primera entrega del buen Sherlock fue el exceso de todo lo anterior. A eso hay que añadir el estilo de Ritchie por regresar sobre sus mismos pasos para explicar alguna treta o artimaña de Holmes (lo que está bien un par de veces, pero no siempre) y su gusto por un uso especial de la cámara lenta para incidir en la acción o llevar al espectador a otro nivel visual (fin que se pierde por completo cuando el director parece gozar más de todos esos artilugios antes que en narrar la historia).
En resumen, el primer Holmes mareaba y dejaba la sensación de que una dosis moderada de todas sus partes nos permitiría esperar una mejor secuela. Cosa que sucede, por momentos, con Sherlock Holmes: A Game of Shadows (2011). Empieza bien, sin excesos, salvo por un Downey Jr. que aprovecha su carisma al límite para darnos un Holmes más acelerado que el anterior (justo cuando era él lo único que estaba en equilibrio entre lo desfachatado y lo creíble de la primera película). Su personaje luce siempre algo delirante y enajenado –hay una escena en que simplemente uno piensa que sería el Jocker perfecto si Nolan se atreviese a resucitar el personaje–, al punto de que hay que aceptar todo lo que hace –aun cuando raye en lo absurdo– porque es… Sherlock Holmes.
Ritchie repite su fórmula narrativa, con acción por doquier, dosis de humor, cámaras lentas, pesquisas (que no acertijos, porque no hay misterio ni suspenso en este Holmes, sino virtuosismo y buenos puños). Todo, en dosis un poco menos recargada: la trama, la acción y los efectos (lo cual agradecemos). En fin, que se deja ver, aunque para el cinéfilo más adulto puede parecer un sinfín multicolor de explosiones y efectos visuales. Lo que sí es un placer es la ambientación, la fotografía y el gran cuidado por el vestuario y los escenarios. Lo que podría disfrutarse más si no hubiese tantos saltos y detonaciones  a cada instante.
Pero hay que ser realistas: este es un Holmes para las nuevas generaciones: superdotado de un ingenio casi absurdo por lo omnisciente que es y un experto luchador de artes marciales. Aun así, tanto efecto hace que el último tercio parezca ya demasiado. Lástima lo del malvado profesor James Moriarty, la némesis de Holmes, ya que por más que lo intenta Jared Harris, resulta un simple tipo malo, erudito como Holmes, y que también le entra a los golpes cuando es necesario. Claro, todo en un nivel superlativo.
En todo caso, si disfrutaste de la primera entrega o te entretuvo sin más, esta segunda parte cumplirá su objetivo. Acerca del final, por un momento creímos que el director parecía dotar de un aire noble a nuestro bufonesco héroe, pero en el último minuto nos lo devuelve más cercano al recordado Chaplin (1992) de Downey Jr., para alegría de la platea y desazón nuestra. Sin duda, Guy Ritchie no puede con su genio.

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