martes, 31 de enero de 2012

Los inmortales que soñamos

En un post anterior, mencionamos a Tarsem Singh, director de Mirror, Mirror (la versión de Blanca Nieves en tono de comedia protagonizada, entre otros actores, por Julia Roberts y que se estrenará este año). Aquella vez dijimos que si algo nos llamó la atención de su primer largometraje, The Cell (2000), fue su capacidad para crear escenarios superrealistas y personajes fantásticos a los que solo les faltaba un detalle: ser parte de una buena historia que contar. En The Cell, Vincent D'Onofrio interpretaba a un hombre de la ley que iba a la caza de un psicópata a cargo de Vince Vaughn.

Hasta allí nada diferente a otras cintas del mismo estilo, pero la presencia de Jennifer Lopez, y su capacidad para ingresar en los sueños de otras personas, le permitieron a Singh crear toda una parafernalia onírica y lúdica que sin duda era lo mejor: hay escenas realmente cautivantes; no por que se ajusten al término bello como tal –algunas pueden considerarse grotescas o cercanas al cine de terror–, sino por regalarnos esas imágenes –y su efecto sobre nosotros– que solo existen en nuestros sueños o quizás en un cuadro de Dalí. Pues bien, The Cell pasó sin pena ni gloria hasta que apareció 300 (2006) y no pudimos sino recordar aquel estilo de colores pasteles y acción detenida que habíamos visto ya con Singh. 
 

El tiempo siguió su marcha y con el paso de los años se consolidó la actual moda por las películas épicas, los héroes casi divinos y las nuevas versiones de clásicos como Clash of the Titans (2010) y, al parecer, Hollywood se puso a buscar algún director que encajara en un estilo visual que calme las ansias de un público, sobre todo joven, ávido por lo espectacular y lo grandioso. Así llega Immortals (2011) a cargo de… Tarsem Singh. La historia de un héroe griego, Teseo, en una versión bastante libre pero que trata, a pesar de sus muy claras limitaciones –el guión es bastante simple–, de guardar cierta compostura.
Es una lástima que esta película no haya sido concebida antes, pues desde El Señor de los Anillos (2001) en adelante, las batallas entre grandes ejércitos, los discursos emotivos antes de la pelea final, el descubrimiento del héroe y su destino y las luchas a las puertas de grandes fortalezas son tan reiterativas que no queda nada a la imaginación. Tal vez por eso, Singh se limita a presentar lo básico de esas escenas (aquella frente al gran muro que separa a los griegos del ejército de malvados y el final de la batalla es un calco de El regreso del Rey, 2003) y se da maña para contarnos más sobre los personajes aun cuando estos sean tan acartonados.

La película tiene un desarrollo más bien lento (para los gustos actuales) y la escenografía –dura y gris como el territorio que recorren los personajes de la historia– puede llevar a lo monótono. Por el ritmo y el tratamiento de los personajes nos remite a Clash of the Titan (1981), la original, y en cierta manera nos parece más cercana a aquella que la versión del 2010.

Lo mejor en esta película son los dioses: a pesar de su imagen casi adolescente, tienen una estética interesante y realmente gozan de un poder infinito; casi uno lamenta que salgan tan poco y que el film no se hubiese centrado en ellos. Un final efectista y que hace suponer una secuela terminan de componer una película que se deja ver –sin ser muy exigente– y que entretiene.

De regreso con Singh, es claro que su estilo le ha permitido volver a la palestra y, si tiene suerte, tal vez pueda hallar un film donde su capacidad imaginativa vaya a la par de una buena historia. Digamos que si Troy (2004) hubiese caído en sus manos, habríamos tenido, en lugar de un drama con un Brad Pitt llorón y mimado, una película mucho más cercana a La Iliada de Homero y los dioses, efectivamente, habrían hecho temblar la tierra. Tal como los soñamos.


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