domingo, 22 de marzo de 2015

Cuando Iggy Pop y Akira Kurosawa estuvieron de acuerdo en algo

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¿Qué tienen en común el músico estadounidense Iggy Pop y el director de cine japonés Akira Kurosawa? Pues sucede que ambos tienen una manera de hablarnos de la pasión por la vida. Hasta podría asegurar que hay más vitalidad en el pausado andar del moribundo protagonista de “Vivir” (1952) que en los 200 pulsos por minuto de “Lust for life” (1977), una de las canciones más conocidas de Iggy Pop y parte de la perfecta banda sonora de “Trainspotting”.
Kanji Watanabe, el protagonista de la película de Kurosawa, no corre por las calles de Edimburgo, pero si lo hace a través de la burocracia del Japón de la posguerra. ¿Y qué lo que le hace correr, enfrentarse y triunfar ante la dejadez que encuentra a los primeros minutos, la vida (y próxima muerte) del protagonista, poniéndonos como expectadores en una situación privilegiada que nos hace empatizar con él de inmediato.
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Es luego de un breve paso por la vida nocturna de Tokio y de una revelación a través de una jovencita (por la que el protagonista se siente atraído) cuando el Sr. Watanabe pasa de ser un típico burócrata de la administración pública, cuyo trabajo consiste en calentar un asiento, a darle sentido a sus últimos meses de vida enfrentándose a la inercia de tantos años.
“Vivir” es una denuncia contra las instituciones del Japón de la posguerra, pero al mismo tiempo es una historia atemporal, que te puede sacar de tu cómodo sit aunque pienses que ya lo estás dando todo, nuestro personaje efectivamente muere, su pero es en ese momento en el que otra película empieza y la aparente tragedia de muerte da paso a una serie de revelaciones sobre su vida, esa que vivió luego de enterarse de su inminente muerte, es decir, la que valió la pena vivir.
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Este texto apareció también en la Revista Digital de Cine Sala1 (revistasala1.com).

lunes, 9 de marzo de 2015

Si escuchas atentamente... una joya poco conocida de los estudios Ghibli

"Susurros del corazón" es una película de 1995 dirigida por el ya fallecido Yoshifumi Kondo sobre un guion adaptado por Hayao Miyazaki, a partir de la historieta de Hiiragi Aoi. El título original de la película se puede traducir literalmente como “Si escuchas atentamente” o “Si escuchas de cerca”, una frase mucho más precisa para enmarcar esta bella historia de madurez, llena de detalles y sutilezas a las que hay que, efectivamente, prestar atención.
Ubicados en una fidelísima reproducción de un barrio de la periferia de Tokio, el misterio que impulsa la primera parte de la película es presentado de inmediato, no hay tiempo que perder para este viaje de casi dos horas; Shizuku, la protagonista, se da cuenta que en las fichas de préstamo de todos los libros que ha sacado de la biblioteca se repite el mismo nombre: Seiji Amasawa. Pero este misterio es tan solo un pretexto para que nuestros protagonistas se conozcan, es lo que Hitchcock llama un “Macguffin”, es decir un elemento narrativo que sirve para que los personajes avancen en la historia pero que finalmente no tiene relevancia argumental. En este caso este pretexto está tan bien desarrollado que suele figurar como sinopsis de la película, provocando el interés del el espectador pero confundiéndolo sobre el verdadero argumento y sentido de la película.
El título “Susurros del corazón”, utilizado oficialmente en español – basado en el título en inglés “Whisper of the heart” – , hace muy poco en favor de dar una pista al espectador sobre lo que va a ver. Esto me permite confesar que cuando entré a ver la película en el cine lo hice con muy pocas expectativas, puesto que al ser – lamentablemente – una de las menos conocidas del Estudio Ghibli, no era de las más promocionadas de entre todas las películas que incluía la muestra especial sobre el estudio japonés que se realizaba en el Bell Lightbox (un lugar de ensueño para cualquier cinéfilo) en pleno centro de Toronto. Pero mi sobrina y yo habíamos llegado algo tarde al lugar y era la única película que podíamos ver aquella noche sin el riesgo de perder el último bus para volver a casa.
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“Susurros del corazón” no es una historia de adolescentes enamorados. Los protagonistas están enamorados, es verdad, pero lo que se trabaja en la historia es el arquetipo del adolescente necesitado de orientación y afecto, que por supuesto también se enamora, y con el que nos podemos identificar de inmediato gracias a que se consigue construir un personaje libre de estereotipos. De esta manera los protagonistas logran ser seres únicos, tal como cada uno de nosotros nos hemos sentido – para bien y para mal – en algún momento de nuestra adolescencia. Siguiendo la estructura clásica de guión, el primer punto de giro lo encontramos en el minuto veinte, cuando Shizuku persigue a un gato aparentemente callejero que ha encontrado en el metro, y cual Alicia de Lewis Carroll, persigue hasta una tienda de antigüedades, y es aquí donde se encierra la fantasía. Por más realista que sea la historia, no podía faltar el elemento fantástico en una película del Estudio Ghibli, aunque aquí se hable más de cómo crear la fantasía. Es en la tienda de antigüedades en donde Shizuku conoce a Barón, el personaje-gato protagonista de la historia que ella escribe y con el que pocos años después el estudio construye un spinoff que en español se llamó “Haru en el reino de los gatos”.
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Es tan fiel la puesta en escena de la película que en Japón, en la estación SeisekiSakuragaoka del metro de Tokio, existe un panel con un mapa que invita a los transeúntes a recorrer el camino que hace el personaje de Shizuku persiguiendo al gato. Pero esta fina recreación del lugar no es en donde más se luce la ambición por el detalle en la que esta película destaca, hay otros elementos muy interesantes en el transcurrir de la historia. Por ejemplo, cuando Shizuku pierde de vista al gato en plena persecución, ella lo lamenta diciendo para sí misma que había pensado que sería el inicio de una historia, haciendo así un guiño a la habilidad de escritora de la protagonista, que es capaz de reconocer una manera en la que se puede dar inicio a una historia, y tratándose de su propia historia, este detalle es simplemente genial.
Otro ejemplo es el momento en el que Shizuku intenta apagar la lámpara de su habitación y debe incorporarse para lograrlo, aunque parece intrascendente, y dure muy pocos segundos, lo que se logra con esto es dar una naturalidad única para una película de animación, consiguiendo que el espectador se involucre en la historia con mucha facilidad.
A pesar de todo lo dicho, hay algo que podría crujirle a un espectador medianamente exigente. El personaje del abuelo de Seiji se convierte en el guía del viaje interior que hace Shizuku en búsqueda de su propio talento – personaje más que adecuado para esa tarea –, el problema viene cuando este personaje se toma varios minutos en verbalizar la lección que debe aprender Shizuku en la película, echando por tierra el tono sutil de la historia y la calidad de los diálogos que la película mostraba hasta ese momento. Por supuesto que luego de la explicación del abuelo, la película no solo retoma su ritmo inicial, también emprende su sorprendente camino hacia la resolución de la historia, que incluye la aparición del elemento fantástico que los seguidores de las películas del estudio estarían esperando desde el primer minuto.
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Estoy seguro que, a sus cortos doce años de edad, mi sobrina guardó para sí misma mucho de lo que vio en esa sala de cine aquella tarde. Estoy seguro que al volver a casa y retomar sus esfuerzos por dibujar a la perfección los paisajes y personajes que suelen andar en su cabeza, lo hizo sabiendo que estaba puliendo una piedra que tal vez rodee a una esmeralda, tal como se lo explicó el abuelo de Seiji.
Este texto apareció también en la Revista Digital de Cine Sala1 (www.revistasala1.com).