miércoles, 15 de febrero de 2012

El juego más intenso


El béisbol y el fútbol americano han sido fuente inagotable de películas que han hecho de la entrega individual y el esfuezo de un grupo, y la superación ante la adversidad, una constante. La mayoría combina el drama más bien ligero con tonos de comedia, pero también hay algunas de mayor carga emotiva y otras totalmente inclinadas a un estilo jocoso y hasta chirriante. Eso sí, todas reúnen personajes carismáticos, optimistas y hasta heroicos. Es cierto que lo mismo se puede decir del baloncesto, el hockey sobre hielo, el box y cuanta otra disciplina deportivas nos podamos imaginar.

Pero esta vez queremos detenernos en el béisbol y recordar filmes tan variados como The Pride of the Yankees (1942), The Natural (1984), Bull Durham (1988), Eight men out (1988), Major League (1989), Field of Dreams (1989), A league of their own (1992), The Babe (1992), Cobb (1994), For Love of the Game (1999), Bad News Bears (la original de 1976 y el remake de 2005), y paremos de contar. Así, cada cierto tiempo la fórmula se repite, ya sea con una historia más bien original o basada en hechos reales, que es la que genera ese efecto tan contundente al final del largometraje: con esas breves líneas que nos cuentan qué fue de la vida de los personajes de la cinta en el mundo en que vivimos.

Moneyball (2011) tiene el atractivo de no centrarse en el juego mismo, sino en la historia real de Billy Beane (Brad Pitt), gerente del equipo de béisbol de Oakland Athletics, que apeló a las estadísticas para seleccionar a los jugadores y adecuar estrategias en el campo de béisbol que le permitieron rivalizar con los grandes equipos de presupuestos millonarios. Así, lo que se enfrentó fue una propuesta más bien racional a toda la tradición de un juego arraigado en la cultura norteamericana. Una pantalla de computador y resultados matemáticos se impusieron para horror de los cazadores de talentos, los entrenadores, los periodistas deportivos y los dueños de los equipos de entonces. Es el individuo contra el sistema, la entereza de quien apuesta por un ideal a pesar de tener todo en contra y logra vencer.

Hasta aquí la anécdota que da base al film llevado con acierto por Bennett Millar, el mismo de Capote (2005), que halla en el personaje de Beane el otro eje de su historia y tal vez el principal. Pues es lo que hacen Beane y Peter Brand (a cargo de Jonah Hill e inspirado en Paul DePodesta, otro reconocido ejecutivo de béisbol de similar metodología), lo que determina en buena cuenta la fuerza de la película. No estamos ante una victoria en su plenitud, sino ante el triunfo de los que siempre estarán en la brecha de la incertidumbre, tal vez porque su lucha es en realidad consigo mismos.

La película está lejos de las acciones del juego salvo cuando es necesario contarnos la evolución del equipo y su paso del fracaso a la senda del triunfo. Para sobrellevar con éxito las partes más bien de oficina, de cálculos, de explicaciones, de diálogos entre antagonistas y estadísticas, Millar se apoya en Aaron Sorkin. Sorkin fue el guionista de The Social Network (2010), un filme donde también se narra con acierto visual la parte más bien técnica de como nace el hoy popular Facebook, para centrarse en las vivencias de los protagonistas.

Brad Pitt compone una actuación correcta, aunque limitada; basta recordar a Al Pacino en Any Given Sunday (1999) y saber que una versión más joven de él habría compuesto un personaje de Billy Beane con mayores matices. Pitt es movimiento e hiperacción por un lado y quietud contemplativa en otro, ese ha sido siempre su rango actoral. Pero funciona. A su vez, Jonah Hill hace una simpática actuación y replica el aire desubicado y vulnerable de, por ejemplo, Get Him to the Greek (2010), aunque en un registro menor y sin los momentos descarriados propios de la comedia. ¿Pero de ahí a nominarlo a mejor actor secundario? Parece demasiado. Lo mismo en el caso de Pitt como protagonista central.

El individuo contra el sistema, repetimos, en tono optimista, pero con el aliciente de un final verosímil y consecuente con la terquedad del personaje de Beane. Una película al gusto de Hollywood y los premios Oscar. ¿Vale la pena verla? Sin duda. Bien narrada –aunque los saltos atrás para contarnos la vida de Beane, necesarios para componer el personaje, pueden confundir en un primer momento–, tiene logradas escenas de silencios y emociones contenidas, es equilibrada (por ello evita picos dramáticos) y entretiene.

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