miércoles, 25 de julio de 2012

Las múltiples realidades de la ciencia-ficción

La ciencia-ficción vincula el futuro con realidades alternas.
La literatura de ciencia-ficción es considerada un género menor dentro de la narrativa literaria. Relacionada en ocasiones con el género fantástico –con el que puede compartir elementos comunes–, es cierto que está lejos de la trascendencia de los clásicos de la gran literatura. Sin embargo, yace en ella el placer de la creatividad tal vez en su forma más simple, pero también más inquietante.


Hay un placer especial en las grandes y pequeñas historias de la ciencia-ficción. Sin embargo, ha sido el cine, casi desde sus inicios, el encargado de convertir en parte de la cultura de masas elementos y paradigmas de la ciencia-ficción que tiene en sagas como Star Trek y Star Wars su más notable popularidad. En realidad, la literatura de ciencia-ficción ha brindado al séptimo arte incontables historias y aun los temas que pueden considerarse más actuales y revolucionarios pueden hallarse en novelas y cuentos del siglo XIX e inicios del XX. Ni siquiera las historias que alimentan al manga y el anime japonés escapan a dicha influencia.

Desde sus inicios, el cine ha tomado elementos de la ciencia-ficción.
El lado más conocido de la ciencia-ficción es aquel vinculado con el futuro, con la visión del hombre en un mundo y un universo siglos adelante. La ciencia-ficción del cine y de la cultura popular sueña con los viajes espaciales y el misterio de otras galaxias y seres. Allí la tecnología y los artificios futuristas son a veces esenciales en la trama, pero en otros casos son solo anexos, al punto de que dichas historias se pueden convertir en relatos literarios convencionales. Esto no desmerece dicha faceta, pero la ciencia-ficción tiene un alcance más vasto, enriquecedor y deslumbrante. Un lado que está contenido en la esencia de su naturaleza: la ciencia-ficción subvierte la realidad, la transforma, la fragmenta, la reta e incluso la niega; pero a la vez sin dejar nunca de confrontarla y tenerla como referencia.

A diferencia de la literatura fantástica que sobrevuela por mundos con sus propias reglas sin necesidad de recurrir al mundo real (aunque lo puede hacer), el mayor efecto de la ciencia-ficción se alcanza cuando lleva al lector a reflexionar sobre lo que acepta como verdadero e inamovible, y de manera sugerente lo invita a atisbar el infinito universo de otras posibilidades. Es entonces cuando el atractivo de la ciencia-ficción alcanza su más noble y bella función: liberar nuestras mentes e invitarlas a romper sus esquemas más profundos.

Ilustración alemana de 1916 que describe las máquinas de batalla del futuro.


Y es que la ciencia-ficción no solo se trata de viajes por el hiperespacio, batallas en mundos lejanos (a veces similares al nuestro), contactos con humanoides y otros tipos de inteligencias, el poder y los riesgos de la tecnología y la robótica, o historias de aventuras o de misterio envueltas en elementos futuristas. Hay otro tipo de narrativa futurista que nos lleva a reflexionar sobre nuestra condición humana y que nos hace evaluar cuán absurdos podemos ser, cuán frágil es aquello que asumimos como real, o cómo aquello que consideramos a nuestro favor y lógico (la tecnología, los hechos históricos, las estructuras sicológicas y sociales aceptadas) nos definen, nos marginan, nos potencian o incluso nos esclavizan.

La ciencia-ficción reflexiona y filosofa sobre el ser humano, sus miedos y temores, sus anhelos, sus defectos y crueldades, sus mitos y grandes epopeyas, su carácter místico y sus banalidades, aquello que eleva al hombre por encima de su carácter mortal y también sus más bajas e instintivas pasiones.

La ciencia-ficción como arte. Portada de Crónicas Marcianas.
¿Por dónde empezar? Siempre estarán los clásicos del género como la imponente saga iniciada por Issac Asimov con Fundación (Foundation, 1951), de quien también son obras El fin de la eternidad (The End of Eternity, 1955), El sol desnudo (The Naked Sun, 1957); y relatos como Yo, Robot (I, Robot; 1950). Allí están clásicas novelas como La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1898) de Herbert George Wells; Fahrenheit 451 (1953) y Crónicas Marcianas (The Martian Chronicles, 1950) de Ray Bradbury que son metáforas sobre la naturaleza humana y sus grandes contradicciones; o relatos extraordinarios como El centinela (The Sentinel, 1948) de Arthur C. Clarke que sirvió de inspiración para 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). Cómo no mencionar a Julio Verne y sus inagotables aventuras con elementos futuristas y quien es considerado un precursor de la ciencia-ficción.

Imaginativas visiones. Un sello inconfundible del género.
También podemos hallar pequeñas obras que pueden deslumbrarnos por su gran creatividad o estremecernos por los sutiles e incisivos cuestionemos sobre el pasado, el futuro y la realidad del ser humano. Al respecto, es notable no solo la literatura norteamericana, sino la europea por su carácter intimista y hasta sicológico. 

Esta vez mencionamos solo tres obras que se pueden hallar en viejas colecciones de ciencia-ficción (las casas de libros de segunda mano o las ferias de libros viejos son perfectas para hallarlas): El Ratón (The Mouse, 1969) de Howard Fast y El Asesino de Dios (L'Assasin de Dieu, 1974) de Pierre Suragne. Ambas pertenecen a la colección de ciencia-ficción de la recordada editorial Bruguera. El primero es un cuento muy lúcido sobre las limitaciones de la razón, el intelecto y el individuo; el segundo es un bello cuento largo que linda entre lo fantástico y el género épico.

La tercera sugerencia posee un valor adicional, pues representa el género en su vertiente latinoamericana: A la sombra de los Bárbaros reúne una serie de cuentos del argentino Eduardo Goligorsky; se puede hallar en la Colección Biblioteca de Ciencia Ficción de la antigua editorial Orbis. Las historias de Goligorsky seducen por su vigencia y creatividad.


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