martes, 27 de marzo de 2012

Si el mundo termina...

A veces necesitamos una pausa, un instante, para reconocernos nuevamente. La música, el arte, la inocente adolescencia, la mirada detenida de quien realmente nos necesita bastan para saber que aunque este mundo reviente, no importará, si se está al lado de quienes amamos. El ser humano es el más frágil de los seres y el universo entero puede destruirlo en el más fugaz de los instantes, pero aun así, en toda su imperfección, la naturaleza humana es más noble que la totalidad de lo creado, pues en ese momento del fin es consciente de sí misma y de que muere. El universo, en toda su magnificencia, no tendrá entonces quién sepa de su belleza.

No somos la zafia rutina que vivimos día a día, ni la pobreza ni el dolor que nos rodea. Somos el recuerdo de nuestros padres, la sonrisa de nuestros hijos, el generoso desprendimiento de la amistad. Las grandes historias están en la fantasía y el cine, en las épicas rapsodias, en las epopeyas que necesitamos beber para superar la miseria que se nos impone al nacer. Los pequeños detalles, los actores secundarios, la resignada sabiduría de la madurez es lo que nos toca.

Y si lo sabemos valorar, podremos reírnos del tiempo que se nos va, de las supuestas glorias que debimos alcanzar, de los ridículos placeres que nos desean vender. Tomaremos nuestro corazón niño y lo abrazaremos fuerte para celebrar la fortuna de no estar solos en un mundo tan sórdido y cruel. Sabremos que tenemos el gran privilegio de la reflexión y de mirar atrás, cuando otros, el resto, la gran mayoría, solo tiene por razón sobrevivir un segundo más. Entonces le diremos a nuestros padres “gracias”, a nuestros hijos “ven, vamos a jugar”. A ella “Si el mundo termina me basta estar a tu lado”.

No necesitamos más.

O, tal vez, una buena melodía. Y bailar. Sin orden ni concierto. Aunque el mundo reviente, para volver a empezar. I don't need to be forgiven The Who.

 


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