miércoles, 6 de junio de 2012

En el bar rumbo a Venecia

Hombres G (Madrid, 1985) volvió a pasar por la ciudad y, una vez más, me los volví a perder. Recuerdo que el primer casete que tuve fue La cagaste... Burt Lancaster (1986) que mi padre me regaló a los diez años. Estábamos en una tienda y él acababa de comprar un radiocasete para nuestro fiel y viejo Escarabajo. Yo, que era un desorejado y no entendía las complejas vicisitudes de la adolescencia, me vi de pronto eligiendo al azar aquella portada misteriosa. Cómo explicarle a mi padre que el rock en castellano era para mí tan incomprensible como las chicas, la diversión simple de la juventud, los temas de moda o el arte de socializar en una fiesta. Todo aquello que, en buena cuenta, estaba en la mayoría de las canciones de Hombres G.
Tras la célebre Movida Española (o para ser más justos, la Movida Madrileña) que impulsó en el ámbito musical a grandes grupos de rock y pop que tuvieron su apogeo en los ochenta, si algo caracterizó a Hombres G fue su humor casi adolescente, el amor de verano como tema central y una actitud más cercana a la de un grupo de amigos que solo quiere divertirse y celebrar el ser jóvenes antes que una rebeldía desenfrenada. Para temas más complejos o espinosos o una actitud más ácida estaban Radio Futura, La Union, Alaska y Dinamarama, La Orquesta Mondragón, Los Toreros Muertos, Loquillo y Trogloditas y muchos, muchos más. El estilo, las letras y el desenfado de Hombres G eran más un canto a la juventud, a la vida, a la explosión hormonal sin peligro ni riesgo más allá de las primeras resacas y el llorar por alguna “niña bonita”.
Hombres G hacían y tenían buenas letras y, por supuesto, buena música, punteaban las guitarras eléctricas sin miedo, dejaban escuchar la batería y se acompañaban de una alegría orquestal de fondo. La melodía pegajosa, la voz aguda y arrastrada de David Summers, las historias ocurrentes en Venezia (Hombres G, 1985), Una mujer de bandera (Estamos locos... ¿o qué?, 1987) o el romanticismo en Si no te tengo a ti (Agitar antes de usar, 1988) y Estoy pintando tu sonrisa (Esta es tu vida, 1990). A veces el arte de lo simple es lo más complicado y en eso los Hombres G eran de lo mejor.
Pasó el tiempo, llegaron los noventa, el grupo se quiso poner más serio y David Summers la hizo de solista y sacó un primer título con algunos temas acertados. Pero los tiempos cambian y lo mejor del grupo fue la vital energía que nos regalaron en los ochenta.
Por eso de vez en cuando escucho Él es... Rita la Cantaora o Una mujer de bandera para alegrarme un rato y recordar los veranos interminables, los amores inocentes, las amistades eternas y aquellos días en que todo era un descubrimiento. Eso es lo mejor de Hombres G.
Y aunque una vez más no los pude ver en vivo, en cierta manera la alegría festiva de sus canciones sigue allí. Como cuando mi padre miró el casete como quien observa un bicho raro, lo pagó y me lo dio tras de seguro pensar “asumo que esto es lo que escuchan tus amigos y tú hoy en día” y yo lo recibí para seguir aquel ritual padre e hijo sin echarlo a perder. Recuerdo que subimos al Escarabajo y por vez primera escuchamos el casete de regreso a casa. Marta tiene un marcapasos, En la playa, Un par de palabras, Él es... Rita la Cantaora, Te quiero, El ataque de las chicas cocodrilo, Visite nuestro bar, Dos imanes, Indiana, La carretera… una y otra vez. Como dos viejos compinches en un bar o rumbo a una lejana Venecia.

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