jueves, 8 de diciembre de 2011

Sueños en la oscuridad

La mejor versión de Dark City (1998) la contemplé en un canal de cable (no tuve la fortuna de verla en el cine, y cuando digo cine  me refiero a los de antes). Fue la mejor versión porque vi solo el último tercio del film. La sensación fue casi onírica, apenas entendía algo y la oscuridad de la habitación parecía fundirse con las calles y los edificios vacíos y grises de la historia. Por alguna razón no me gustó Rufus Sewell, a pesar de su intensa actuación; pero me conmueve William Hurt, a la vez que Kiefer Sutherland contagia su ansiedad enfermiza y Jennifer Connelly es simplemente la dama de nuestros sueños.
Alex Proyas hizo su mejor obra y el resto son solo fantasmales presencias como los Ocultos de su historia (a excepción de la encomiable The Crow de 1994). Dark City es densa y perfecta en su relato, en su claustrofóbica ambientación, en el genial e imaginativo guión y por aquella escena final, grandiosa y estremecedora, como cada vez que nos asomamos al vértigo inconmensurable del universo.
Fui afortunado, pues no tuve que soportar la versión de los productores, con la voz en off al inicio de Sutherland que todo lo explica y todo lo echa a perder, con la escena del final corrompida y puesta al inicio.
Alex Proyas por fin ha hecho la versión del director (están de moda porque significa dinero para ese gran monstruo llamado consumo en todas sus formas).
Dark City merecía ser vista en esos cines antiguos, de grandes salas y viejas butacas rojas. De techos amplísimos y lejanos, y muros con relieves de figuras griegas. Aquellos en que un invisible operario daba vida al proyector y extrañas y anónimas formas contemplaban al unísono la imagen maravillosa tras subir el telón. Y luego todas, al igual que la última imagen proyectada, se fundían en un agónico silencio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario