martes, 6 de diciembre de 2011

La balada del vampiro

Dicen que la juventud es un divino tesoro. Yo digo que la juventud es estúpida. Arrogante, cretina, ingenua y torpe. Fácil de engañar y de seducir. Tarda demasiados años en liberarse de sus inseguridades y de limpiarse de su ciega arrogancia, en arrancarse lo fatuo y en valorar lo bello en lo sincero y simple. No es generosa ni agradecida, abusa de sí misma, de todas sus capacidades físicas y sensoriales, y desperdicia su creatividad a flor de piel en una complaciente autocompasión.
El Vampiro de Edvard Munch.
No conoce la moderación en lo adecuado ni en lo vil, y solo entiende de la estridencia y de la furia, del lamento y de la autodestrucción. Dominada por sus instintos primarios, yace en una delirante y afiebrada orfandad de ideas y cautiva en los empalagosos halagos de quienes, ya adultos, lamen sedientos la cercanía de las nuevas almas.
Porque la adultez es igual de estúpida, pero también siniestra. Entre el rezago de los años que se fueron y la cercanía de los pocos que aún le quedan, se complace en susurrar a los jóvenes oídos: “El futuro es vuestro. Todo lo que veis aquí os pertenece. Solo dennos vuestros sueños, vuestros anhelos e ideas, vuestra espontánea  alegría, vuestra energía interminable y la tersura de vuestra piel. Todo lo demás os pertenece”.

Y la historia se repite, sutilmente distinta y por ello aun más terrible.



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