Dicen que la juventud es un divino tesoro. Yo digo que la juventud es estúpida. Arrogante, cretina, ingenua y torpe. Fácil de engañar y de seducir. Tarda demasiados años en liberarse de sus inseguridades y de limpiarse de su ciega arrogancia, en arrancarse lo fatuo y en valorar lo bello en lo sincero y simple. No es generosa ni agradecida, abusa de sí misma, de todas sus capacidades físicas y sensoriales, y desperdicia su creatividad a flor de piel en una complaciente autocompasión.
El Vampiro de Edvard Munch. |
Porque la adultez es igual de estúpida, pero también siniestra. Entre el rezago de los años que se fueron y la cercanía de los pocos que aún le quedan, se complace en susurrar a los jóvenes oídos: “El futuro es vuestro. Todo lo que veis aquí os pertenece. Solo dennos vuestros sueños, vuestros anhelos e ideas, vuestra espontánea alegría, vuestra energía interminable y la tersura de vuestra piel. Todo lo demás os pertenece”.
Y la historia se repite, sutilmente distinta y por ello aun más terrible.
Y la historia se repite, sutilmente distinta y por ello aun más terrible.
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