martes, 6 de diciembre de 2011

No puedes velar por siempre

Hace muchos años, con diez humildes monedas, pude comprar siete libros viejos. Fue aquel día mi mayor orgullo. Pero habían muchos más. Libros corroídos, lanzados una y otra vez a la pira. Libros con alma sobre el frío concreto, atacados por pisadas y el hollín de fábricas y motores.

Recuerdo la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino en latín, un Manual de Caballería de finales del siglo XIX, el Mundo es Ancho y Ajeno en inglés, Las Flores del Mal de Baudelaire con anónimos apuntes a lápiz, una edición popular de El Escarabajo de Oro de Poe, en cuya página de respeto, fechada en los años cincuenta, un director y sus alumnos se despedían agradecidos de la maestra que retornaba a la gran ciudad.

"Mañana regreso", me decía. Acaso a la espera de un hallazgo mejor y perfecto. Pero los libros se transfiguraban y nunca volvía a hallar aquel puesto que creía fijado en mi mente. Los libros no esperan. Como las pequeñas alegrías, los planes de aventura, las gratas sorpresas, la promesa de un beso, como el ser amado. Se muestran ante ti, se abren, a veces heridos, a veces imperfectos, a veces dañados, aunque prontos a entregarse. Tal vez si regresas mañana, ya no los encuentres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario