viernes, 7 de septiembre de 2012

El mundo de Don Camilo

Don Camilo (1952) en la versión de Julien Duvivier.
“Mi mundo pequeño” le decía Giuseppe Guareschi (1908-1968) a aquel pueblo que recreó a orillas del Po para alegría de quienes hemos conocido a Don Camilo, Peppone, El Flaco, el Pardo, el Brusco y todos aquellos entrañables personajes llenos de ternura, pero también de furia, de dolor, de rabia y de una forma primitiva pero también más sana de vivir.
Guareschi supo plasmar los avatares de aquella Italia de la posguerra, los vaivenes terribles de la política y de cómo al final la vida se reduce, al menos en aquel pequeño mundo idealizado, a sacarle lo necio al prójimo con una recia trompada sin que por ello se le dejase de respetar.

Aún sobreviven aquellas historias en antiguas ediciones como las de Oveja Negra. Así que, en caso te encuentres con esta pequeña colección de relatos, toma el libro sin dudar. Son historias cortas, hilarantes, ocurrentes, sentimentales y con verdades tan simples que solo pueden hallarse en un libro como este. El mejor es el que se titula Don Camilo a secas, pues en las siguientes andanzas del buen cura, Guareschi pierde algo del encanto duro y sincero del original.

El Don Camilo (1984) de Terrence Hill .
Hay una película de Terence Hill (Don Camillo, 1984) que hace una versión libre (y bastante injusta) de aquel libro; y también una versión más fiel de Julien Duvivier realizada en los cincuenta. Aunque me quedo con el Don Camilo que imaginé en aquellas horas de total felicidad, de risas y carcajadas, de conmovedoras verdades y del deseo de ser “grande como una torre y con manos tremendas como palas” para impartir justicia como lo hacía aquel héroe de sotana, aunque luego El Cristo de la iglesia lo reprendiese.

El valiente Guareschi. 

Periodista, escritor y dibujante, Guareschi era tan valiente como Don Camilo y decir la verdad le valió ser detenido y encarcelado en varias ocasiones. Viejo lobo sabio, conocía la ponzoña de las ideologías absurdas y por ello se dio tiempo para señalar que el Cristo del que hablaba, que el Don Camilo que describía y que el Peppone y compañía que siempre tenían algo entre manos eran de su inspiración; que el Cristo no representaba al de la Iglesia, ni Don Camilo a los curas ni  Peppone a los políticos de ningún lado. Era su mundo pequeño, ideal y en el fondo inocente, y por eso, mucho mejor que el de verdad. 

Don Camilo es un libro recomendable para descubrirlo y releerlo una y otra vez. 

Bravo, Don Camilo”, diría el  Cristo del altar. Y Peppone, a regañadientes, estaría de acuerdo.



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