martes, 11 de septiembre de 2012

El mal gusto de Adam Sandler

Sandler en una comedia para adultos que raya en lo vulgar.
¿Qué era lo mejor de Adam Sandler? Tal vez su actitud desenfadada y su capacidad para generar simpatía cuando no apelaba al chiste burdo y simplón. Nos regaló cintas como Billy Madison (1995), Happy Gilmore (1996), The Wedding Singer (1998) y The Waterboy (1998) que sin ser gran cosa cumplían su misión: divertirnos sin mayores complicaciones. 

También debemos agradecerle el gusto por incluir en sus cintas actores de la vieja guardia como Henry Winkler (el recordado Fonzi de Happy Days), lo que en algunos casos ha sido la única razón para soportar películas como Click (2006), donde aparecen Henry Winkler y Christopher Walken.

Es cierto que ha logrado sortear el tiempo con comedias como Big Daddy (1999), 50 First Dates (2004) con Drew Barrymore, Anger Management (2003) con Jack Nicholson y The Longest Yard (2005) con Burt Reynolds. Pero ha sido en gran parte a guiones con algo de tino o a que los personajes que interpretaba le exigían cierta moderación. Y decimos cierta, porque siempre apela a alguno de sus ya conocidos chistes que limitan con lo vulgar o lo desagradable (algo que por lo general es de gusto de la platea adolescente).

Dúo sin brillo. Sandler y Samberg en disforzada actitud.  
No vimos Jack and Jill  (2011), una de sus cintas más vapuleadas por la crítica y de pobre respuesta en taquilla, pero nos encontramos con That's My Boy (2012). ¿Qué podemos decir? Que aquí lo hallamos en su versión de parrandero y revoltoso (una de sus tantas variantes) y que repite todas las bromas y clichés vistos en sus otras comedias. También incluye la habitual cuota sentimental y apela a la aparición de cantantes y actores ochenteros (Vanilla Ice y Todd Bridges, respectivamente) o artistas de viejo cuño (Susan Sarandon y James Caan). Un recurso (el de los viejos artistas) que le resulta, pues estos generan de inmediato la simpatía de los espectadores que los reconocen. Y no falta la clásica selección de música y referencias de los ochenta, pero como otras veces, todo es decorativo y  superficial. Lo diferente (o lo peor) es que esta vez le da por las obscenidades, los desnudos gratuitos e incluso por lo grotesco en mayor grado. 





Susan Sarandon al rescate de una mala cinta.
Y es que se trata de una comedia para adultos. Hay escenas que, si bien se barajan con la broma inmediata o chusca, tienen un contenido obsceno. Por cierto, en Estados Unidos recibió la calificación R. No es en absoluto una comedia familiar. 
Sin embargo, el problema no es el género elegido, sino que todo es un cúmulo de estereotipos. Incluso se desperdicia la interacción que pudo tener con Andy Samberg (interpreta al hijo que el personaje de Sandler tuvo de joven y a quien busca para conseguir dinero) o con otros actores de Saturday Night Live (de donde surgió el mismo Sandler). No se centra en el potencial de su personaje (una celebridad quebrada y pasada al olvido) ni se anima por una comedia pícara al estilo de Bachelor Party (1984) de Tom Hanks, de la que está muy lejos. 

Vanilla Ice es más soportable que el propio Sandler.
Todo es solo una excusa para el estilo insulso de sus bromas e irreverencias ya conocidas. Algunas escena son graciosas, pero en general nos deja la sensación de una comedia tonta y, por momentos, de mal gusto y vulgar.
¿Vale la pena? Lo cierto es que la platea parece divertirse y le perdona a Sandler todos los excesos. Digamos que es más de lo mismo pero llevado al extremo. En nuestro caso, nos quedó el deseo de pagar la entrada por algo mejor. Y eso es mucho decir, dado el nivel de la cartelera actual.  
  
En resumen, en esta película Sandler es chabacano, a veces divertido, otras simplemente vulgar y obsceno. Incluso raya en el mal gusto. Pero genera carcajadas entre los espectadores. Y parece que eso le basta.

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