lunes, 21 de abril de 2014

Requiem: Gabriel García Márquez

Confieso que no he leído tantos libros como he querido. Cuando era un niño se me ocurrió leer alguna de las obras que mi padre tenía en un viejo estante de madera. Recuerdo haber leído a Shakespeare, Julio César y Romeo y Julieta, recuerdo haber intentado entender esas obras, recuerdo tener un diccionario a mi lado y aún así no entender bien lo que decían esos señores, recuerdo haber pensado "¡qué rara forma de escribir!" y haberme preguntado "¿por qué cada parte tiene que decir el nombre de la persona que habla?". Me tomó tiempo entender que eso era teatro y que definitivamente Shakespeare no era una lectura para niños. Recuerdo haber leído los Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte de Horacio Quiroga y haberme espantado con las cosas que en ellos se describían. Recuerdo haber leído María de Jorge Issacs y haber pensado "!no puede haber algo más aburrido que esto¡". Recuerdo haber intentado leer Moby Dick de Herman Melville y haber abandonado la lectura porque simplemente parecía un ensayo sobre ballenas y no una novela. Recuerdo haber leído a Neruda, a Vallejo, a Ciro Alegría, recuerdo poesía, teatro y novela.

Un día, una persona me hizo llegar un libro grueso, de tapa dura y marrón, hojas muy blancas y delgadas, letra muy pequeña. Recuerdo haber pensado "¡esa letrita y es tan largo!", espantado. Sin embargo el titulo me llenó de intriga: Cien Años de Soledad. Sólo pensar en la posibilidad de que una persona pase 100 años en completa soledad, me llenaba de algún tipo de angustia, y me preguntaba qué se podría hacer en ese largo tiempo y estando solo.
Sólo por ese titulo empecé a leer ese libro que me parecía inmenso e interminable y fue así que empezó mi gran aventura:
Mucho tiempo después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
¿Había alguna frase que capturara más el interés de un niño? Ahí estaba todo: la curiosidad por conocer algo nuevo, el vínculo con el padre y los recuerdos siempre presentes, aún en momentos tan horrendos como estar ante una muerte segura.

Y fue así que leí ese enorme libro. Me tomó semanas, no me fue fácil, tuve que releer varias partes para poder recordar detalles o simplemente porque me gustó lo que leí. Mucho tiempo después, ya en los años de secundaria en el colegio, mi profesora de literatura nos hizo leer aquella extraordinaria obra, y nos aconsejó que hiciéramos un árbol genealógico para poder entenderla, "¡qué pérdida de tiempo!" me decía, simplemente porque yo recordaba todo ese árbol genealógico sin necesidad de escribirlo, sólo por el hecho de que me había maravillado esa obra.

Durante años imaginé cómo podría ser Macondo, si sus calles tendrían o no asfalto, si sus casas tendrían más de dos pisos, y lo comparaba con muchos lugares que iba visitando. Durante años también me imaginé a Úrsula Iguarán como una mujer sumamente dura y fuerte, una viejecita capaz de hacer saltar de su sitio al más duro militar con sólo una palabra. Soñé con cómo podría ser el rostro de Remedios la Bella y qué tan caras podrían haber sido las sábanas que se llevó al cielo.

Cien Años de Soledad hizo algo más que hacerme soñar, ya nada parecía ser lo mismo, todo lo que leí después parecía no ser suficientemente bueno, me refugié en la ciencia ficción para sustituir en algo esa necesidad de leer algo excepcionalmente maravilloso, esperaba que Asimov o Clark pudieran darme algo parecido.

Por esos años, decidí conocer algo más del genio que me había dado Cien Años de Soledad y fue así que llegué a conocer a Eréndira y llegué a odiar a su terrible abuela, me apené por el destino trágico del amor de Florentino Ariza por Fermina Daza, aunque disfruté con sus aventuras mientras lograba abordar aquel mítico barco a través del río Magdalena, también me indigné con la muerte de Santiago Nassar.

Deliberadamente, nunca intenté conocer nada de la vida personal de aquel genio, nunca intenté saber si tenía hijos, si era casado, si seguía viviendo en Colombia. Siempre lo imaginé como un tipo con el que valía la pena tener una conversación y ese siempre fue mi anhelo, tener sólo 5 minutos frente a frente para arrancarle unas palabras, una respuesta a alguna pregunta, o para que me dijera si Macondo tenía calles asfaltadas.

El jueves 17 de abril me enteré de que ese anhelo no sería posible nunca pues aquel genio había partido ya, se había ido quizá buscando a Remedios la Bella o a navegar por siempre por algún río a bordo de un barco en un ir y venir constante.

Gabriel García Másquez ha partido, nos ha dejado y a pesar de que nunca supe nada de su vida, siento que lo conocí bastante bien, incluso no me es muy difícil imaginar como sería conversar con él, aunque se me hace difícil imaginar qué me diría.

Descansa en paz Gabo y gracias por hacerme soñar tantas veces.

Por mi parte, creo que es hora de volver a la librería.

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