viernes, 2 de mayo de 2014

El diablo que nunca estuvo

"La cara del diablo": replica los recursos del género sin éxito.
“La cara del diablo” (2014), dirigida por Frank Pérez Garland (Un día sin sexo), tiene el mérito de adentrarse en los escenarios de nuestra Amazonía (con las exigencias de producción y logística que eso implica) y de recoger una leyenda de fuerte arraigo como es la historia del tunche. Y eso es todo lo que podemos rescatar. La cinta se limita a repetir una serie de secuencias del género sin mayor brío, originalidad, atrevimiento ni energía. La selva no se convierte en el escenario ominoso que imaginábamos ni la leyenda del tunche en el eje de una cinta terrorífica.

Un elenco joven que se desaprovecha por un flojo guion.
La trama gira en torno a un grupo de jóvenes en busca de diversión en la selva peruana y que será diezmado por una fuerza maligna. Hasta allí no es diferente a tantas cintas del género; solo cambiemos la selva por un bosque, un paraje desolado, una cabaña a las orillas de un lago, etc. El inicio nos presenta a Lucero (Vania Accinelliy a su padre (Paul Vega) antes del viaje, y nos adelanta un pasado oscuro que se cerrará al final de la historia. La corta escena adolece de un exceso de simplificación que se repite en un guion que copia los cánones del género sin éxito. Mucho mejor es la secuencia del grupo en el río rumbo al hospedaje. Es más, la película hubiese tenido un mejor efecto si empezaba con dicha escena, pues nos hubiese adentrado de lleno en el relato.

Las actuaciones son teatrales o de un nivel casi amateur.
Sin embargo, esta buena impresión (la secuencia en el río) decae rápidamente apenas llega el grupo a su destino. La aparición y la actuación tan solemne e impostada de Ismael Contreras como el administrador del hotel es casi una parodia. Lo cierto es que las actuaciones son en general de un nivel casi primerizo. Y es una lástima, porque se desperdicia la frescura y espontaneidad de un elenco joven. Los diálogos están llenos de clichés que hacen más obvio la simpleza del guión y las limitaciones interpretativas. El recuento de la relación entre los protagonistas se hace tan a la ligera y con tan poca convicción que no aporta mayor solidez a la historia.

Sin interés por desarrollar los personajes (en las cintas de terror basta un par de buenos detalles para hacerlo) ni por detenerse en parajes exóticos ni relatos que hubiesen enriquecido la historia, se pasa de inmediato a la seguidilla de muertes. El terror lo aporta una supuesta fuerza maligna que habita en la selva y otra que se anuncia en los sueños de Lucero con su madre (Vanessa Saba). Pero ni una ni otra funcionan. La primera porque nunca aparece en realidad y la segunda porque lo hace de una manera tan impostada y teatral que resta cualquier posibilidad de tensión. El relato del tunche contado por uno de los protagonistas en los primeros minutos tiene más efecto terrorífico que varias de las secuencias que siguen. Y eso es mucho decir.

Una buena escena que se pierde por falta de originalidad
Tal vez la mejor escena es la del bote que empieza a girar sobre sí mismo. Pero nuevamente la falta de creatividad echa a perder una secuencia que prometía más. Otra ocasión perdida es el rastro de sangre en la habitación vacía de Paola (Carla Arriola): la cinta pudo saltar al horror; e incluso al gore en el desenlace final con todos los cuerpos reunidos. Sin embargo, nada de eso ocurre. Si comparamos, Cementerio General (CementerioGeneral: el terror como negocio), con todas sus limitaciones, se esfuerza por ofrecer una historia mejor contada y estructurada.

En resumen, lo mejor de “La cara del diablo” es el intento por sumar una nueva película de género. Por lo demás, muestra un nivel casi amateur a nivel de guion y actuación. ¿La falta de oficio en el cine de terror puede usarse como justificación? 

La cinta pudo inclinarse por el horror e incluso el gore.
Las cintas de género pueden estar llenas de elementos reconocibles y esperables, pero es el talento de guionistas y directores lo que las hace memorables, desde aquellas que se sostienen en los estilos más tradicionales hasta las que se derivan a otros subgéneros. Bien por quienes apuestan por el cine nacional y las cintas de terror. Pero el entusiasmo y el interés del público que llena las salas se merecen mejores producciones. 

Cabe preguntarse si quienes se lanzan en este género están familiarizados, ya no digamos con cintas de terror clásicas, sino con el cine de horror japonés como la saga de “Ringu” de Hideo Nakata, “U-on” de Takashi Shimizu, o “Bakjwi” (2009) de Chan-wook Park; o siquiera con la versión de “La masacre de Texas" (The Texas Chainsaw Massacre, 2003) de Marcus Nispel. Hay tantos títulos solo en la última década que se podrían mencionar como “El descenso” (The descent, 2005) de Neil Marshall, o incluso la primera cinta de “Actividad Paranormal” (Paranormal Activity, 2007). 

"Bakjwi" de Chan-wook Park. Ejemplo de buen cine de terror.
Si no se está familiarizado con nada de ello ni se es un apasionado del género del thriller, del terror, el horror, el gore, con suerte se tomarán piezas de uno y otro lado. Y en ese caso, se necesita al menos un buen guionista, un buen director y buenos actores. 
El Conjuro” (The Conjuring, 2013), por ejemplo, es un modelo para armar que toma un poco de todos lados, pero tenía un guionista y un director habituados al género y un grupo de actores con oficio. Y a nuestro gusto, "El Conjuro" nos parece una cinta solo aceptable. Repetimos: bien por la apuesta de un cine nacional con cintas de género, pero nos merecemos mejores producciones. 




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